1.31.2009
1.26.2009
1.25.2009
Querría encontrar balcones iluminados, con ese brillo de esperanza y de tranquilidad. Mirar hacia el cielo, y descubrir que el sol acaricia las plantas de un balcón urbano, escondido y solitario. Entonces sentir, al ver esa luz, un calor tibio, una caricia al alma, un suspiro de brisa interna. Miro ese balcón, que ahora está dado vuelta y espero que vuelva a ser ese balcón. Ahora, a la inversa, es un nudo confuso, algo vertigonoso, casi no se ve
la luz, se ven las líneas rectas de un edificio cualquiera.
Pina en la montaña
Pina Bausch descendió a toda carrera el último tramo de la montaña y llegó jadeando a la fuente, donde nosotros charlábamos distendidos sobre las flores y los frutos. Llegó blanca y espléndida, desbordante de vitalidad. Nos lamió la mano. Olió nuestros pies descalzos y metió las patas en el agua helada. De la fuente manaba un agua clara, nítida, friísima. El agua se recogía en una pica de piedra, y cuando se rebasaba, entonces caía a un canal que dividía en dos ese espacio de descanso, ese cuadrado de piedra con bancos a lado y lado. Finalmente el agua, tras recorrer el pequeño canal divisor, volvía a juntarse en un pozo cuadrado, no muy profundo, pero sí negro de barro. En ese agua fría y en ese barro chapoteó Pina, con una inconsciencia intensa, como su felicidad. Salió y volvió a entrar, bebió agua, nos olió nuevamente, volvió a meterse en el pozo; se quedó entonces quieta con las patas en el agua. Nos miró, pero estaba oyendo a lo lejos. Se acercaba un voz de niña, cantaba y corría dando saltos. Miraba al suelo; por eso al llegar a la fuente y levantar la vista se sorprendió al vernos sentados, mirándola, junto a Pina, que ahora se le acercaba lentamente como esperando ser reprendida por sus patas negras y su independencia al bajar la montaña. Cuando ya llegó cerca de la niña, ésta sin dejar de mirarnos le acarició la cabeza al animal, que le llegaba casi al pecho. Todos sonreímos, la niña se relajó, Pina la empujó con la cabeza, y así sonrió y entonces nos conocimos. Le dije que tenía un perro muy bonito, muy blanco y simpático. La niña dijo que a los dos les gustaba llegar a la fuente. Entonces por el camino que llevaba hacia la fuente, pero que continuaba descendiendo, apareció una pareja charlando, con botas y bastones de montaña; distraídos llamaron a su hija y ella corrió hacia ellos y tras ella Pina. Nosotros aún sentados, con los pies descalzos y el sonido fresco de la fuente recordamos la llegada de Pina, sus chapoteos en el agua y su ímpetu y felicidad, y sonreímos, en silencio, para adentro.
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