mi mami ha hecho un DVD...
el vídeo es un poco palo pero como aquí la señora de Tebas está metida en el rollo...
5.30.2009
5.09.2009
5.08.2009
ÁMEN
Y sin embargo
cada individuo es un orgasmo.
Soy un orgasmo que busca el orgasmo-
Quiero dedicar mi vida a conseguir el mayor orgasmo posible.
Y la experiencia me enseña
que mi orgasmo será mejor si también es mejor tu orgasmo
que mi orgasmo será mayor si me produce placer tu orgasmo.
He aquí un acto egoista en el que hay amor
y en tanto que acto egoista
podemos entenderlo
y llevarlo a cabo
Convirtamonos en provocadores de orgasmos
en procuradores y receptores de inmensos orgasmos
Demos y recibamos rl amor más puro:
el que contiene el más inmenso orgasmo.
Recostémonos a contemplar como pierde el brillo el oro en el brillo de nuestro orgasmos
Y creamos en amar y en el amor
Ámen.
(fragmento de Ámen, una barrabasada escénica que estoy montando con un amiguito de l cole del teiatru, planteado como un ritual. Total despróposito)
5.06.2009
Mi calendario: Miércoles, 6 de mayo 2009
5.05.2009
Hoy he soñado que Raquel Loscos vivía en Londres!
Pero tu, Raquel, habías llegado sigilosamente, sin decir nada. Y de golpe estabas viviendo en Londres y Pere y yo estábamos extremadamente sorprendidos. Yo te daba las instrucciones prácticas que se le dan a todos los principiantes en la city. Estaba excitada, vaya novedad se me había venido encima! Pero tu ya lo tenías todo solucionado. Tenías una habitación en Clerkenwell, pequeña y barata, que Albert (que creo que no se llama Albert en la vida real pero sí en mi sueño), tu antiguo amante, te había alquilado por un año. Además creo que trabajabas en una especie de museo antiguo, con murallas o castillos o algo así. Me parece que ese lugar ya lo había soñado en otro contexto, reciclo localizaciones oníricas.
Y ahí estábamos, paseando por la ciudad, yo nerviosa por tu aparición repentina, tu la mar de tranquila.
Espero que todo esté bien por la ciudad condal, como la llaman en la tele. Y ya sabes, Loscos, Londres te espera y si vienes algún día no se te ocurra organizarte sin mi.
Y ahí estábamos, paseando por la ciudad, yo nerviosa por tu aparición repentina, tu la mar de tranquila.
Espero que todo esté bien por la ciudad condal, como la llaman en la tele. Y ya sabes, Loscos, Londres te espera y si vienes algún día no se te ocurra organizarte sin mi.
4.30.2009
4.26.2009
4.24.2009
4.21.2009
4.05.2009
4.04.2009
4.01.2009
3.29.2009
3.28.2009
3.26.2009
3.24.2009
Quedarse
Uno de los enigmas de la historia del ser humano es saber por qué los mal llamados esquimales, un nombre ofensivo que significa "comedores de carne cruda" (ellos se llaman a sí mismos inuit, la gente) se quedaron a vivir en el ártico, la zona más inhabitable del planeta. Entiendo cómo pudieron llegar hasta allí: empujados por la necesidad, por la violencia, huyendo de pueblos más guerreros. Pero, ¿quedarse? ¿Perseverar en un desierto hiperbóreo sin nada más que un frío letal e infinitos hielos?
Ahora voy a hacer una cabriola metafórica. Comí el otro día con una amiga que, tras una vida amorosa un tanto agitada, lleva 20 años con el mismo hombre, y le pregunté por qué con éste sí se había quedado. No supo decirme. Y de pronto me puse a pensar en los inuits, y en que quizá la lenta, compleja y difícil construcción de una vida en pareja se parezca mucho a ese logro titánico esquimal que consiste en hacerse un hogar donde no hay nada. O peor, donde sí hay algo: vientos huracanados y tormentas colosales en el círculo polar, intereses divergentes y feroces broncas en las parejas. Como en el caso de los inuits, está claro por qué llega uno a una historia amorosa: por necesidad de afecto, por soledad animal, por urgencia genética. Pero después hay que quedarse. Para mantener una pareja, como es obvio, no hay que aguantarlo todo; pero desde luego siempre es necesario aguantar bastante. Tal vez por eso ahora haya tantas separaciones: porque nos flaquea la tenacidad. ¿Y por qué se queda uno? Puedes darte razones y hablar de los hijos, por ejemplo, pero en realidad esa perseverancia es un misterio. Y así van pasando los años y los enfados, los encuentros y los desencuentros, y de pronto un día descubres que habéis creado un espacio, un modesto y cálido refugio para dos, un iglú protector en el mar de los hielos.
Rosa Montero
EL PAIS, 24 de marzo 2009
3.23.2009
Algunos códigos semiotico-técnicos de la feminidad pertenecientes a la ecología política farmacopornográfica:
Mujercitas, el coraje de las madres, la píldora, el cóctel hipercargado de estrógenos y progesterona, el honor de las vírgenes; La bella durmiente, la bulimia, el deseo de un hijo, la vergüenza de la desfloración; La sirenita, el silencio frente a la violación; Cenicienta, la inmoralidad última del aborto, los pastelitos, saber hacer una buena mamada, el Lexomil, la vergüenza de no haberlo hecho todavía; Lo que el viento se llevó, decir no cuando quieres decir sí, quedarse en casa, tener las manos pequeñas, los zapatitos de Audrey Hepburn, la codeína, el cuidado del cabello, la moda, decir sí cuando quieres decir no, la anorexia, el secreto de saber que quien te gusta realmente es tu amiga, el miedo a envejecer, la necesidad constante de estar a dieta, el imperativo de la belleza, la cleptomanía, la compasión, la cocina, la sensualidad desesperada de Marilyn Monroe, la manicura, no hacer ruido al pasar, no hacer ruido al comer, no hacer ruido, el algodón inmaculado y cancerígeno del Tampax, la certitud de la maternidad como lazo natural, no saber gritar, no saber pegar, no saber matar, no saber mucho de casi nada o saber mucho de todo pero no poder afirmarlo, saber esperar, la elegancia discreta de lady Di, el Prozac, el miedo de ser una perra calentona, el Valium, la necesidad del string, saber contenerse, dejarse dar por el culo cuando hace falta, resignarse, la depilación justa del pubis, la depresión, la seda, las bolsitas de lavanda que huelen bien, la sonrisa, la momificación en vida del rostro liso de la juventud, el amor antes que el sexo, el cáncer de mama, ser una mantenida, que tu marido te deje por otra más joven...
Fragmento de Testo Yonqui, de Beatriz Preciado.
Cuanto más leo este libro más ganas tengo de administrarme testosterna una o dos veces a la semana... no se si esa era la intenció la la autora pero en mi surge ese efecto. Otro día os pongo la parte de los códigos masculinos.
3.22.2009
3.14.2009
3.13.2009
Vale que...
qué haría yo sin mi calendario
3.12.2009
3.11.2009
3.09.2009
Carolina, bailas conmigo?
3.05.2009
Sugar Overdose
Mis amigos Sugar Overdose me informan de que ya están en Last fm!! Yuhuu!! Son unos maqueteros garageros pirados. Nelo, guitarra y cantante ocasional (quizá la señorita Lín le conoce), fue un magnífico compañero de desventuras allí en los tiempos de la escac. Eramos los únicos directores a los que se les caían los pantalones y siempre íbamos despeinados... Ángel (bajo) fue listo y dejó la escuela de cine a tiempo, pirándose a la aventura londinense y a tomar por culo un rato. Los he visto en directo y mola mucho su energía. El estilo es tirando a raro, pero a mi eso siempre me encanta...
Les han hecho una entrevista en La cara B de blip.tv:
Aquí los podeis escucuchar:
http://www.lastfm.es/music/sugaroverdose/7+different+kinds+of+overdrive
Y también aquí: http://www.myspace.com/sugaroverdosee
Les han hecho una entrevista en La cara B de blip.tv:
Aquí los podeis escucuchar:
http://www.lastfm.es/music/sugaroverdose/7+different+kinds+of+overdrive
Y también aquí: http://www.myspace.com/sugaroverdosee
3.04.2009
3.02.2009
2.27.2009
2.20.2009
Los escrúpulos de Marigargajo
escrúpulo.
(Del lat. scrupŭlus, piedrecilla).
1. m. Duda o recelo que punza la conciencia sobre si algo es o no cierto, si es bueno o malo, si obliga o no obliga; lo que trae inquieto y desasosegado el ánimo.
2. m. Aprensión, asco hacia algo, especialmente alimentos.
3. m. Exactitud en la averiguación o en el cumplimiento de un cargo o encargo.
4. m. China que se mete en el zapato y lastima el pie.
5. m. Astr. Cada una de las 60 partes en que se divide un grado de círculo.
6. m. Med. Medida de peso antigua, utilizada en farmacia y equivalente a 24 granos, o sea 1198 mg.
~ de Marigargajo, o ~ del padre Gargajo.
1. m. coloqs. El ridículo, infundado, extravagante y falto de razón.
~ de monja.
1. m. coloq. El exagerado y pueril.
(Del lat. scrupŭlus, piedrecilla).
1. m. Duda o recelo que punza la conciencia sobre si algo es o no cierto, si es bueno o malo, si obliga o no obliga; lo que trae inquieto y desasosegado el ánimo.
2. m. Aprensión, asco hacia algo, especialmente alimentos.
3. m. Exactitud en la averiguación o en el cumplimiento de un cargo o encargo.
4. m. China que se mete en el zapato y lastima el pie.
5. m. Astr. Cada una de las 60 partes en que se divide un grado de círculo.
6. m. Med. Medida de peso antigua, utilizada en farmacia y equivalente a 24 granos, o sea 1198 mg.
~ de Marigargajo, o ~ del padre Gargajo.
1. m. coloqs. El ridículo, infundado, extravagante y falto de razón.
~ de monja.
1. m. coloq. El exagerado y pueril.
2.14.2009
TOO MUCH FASHION
Me apoyo en la barra intentando encontrar un cierto contacto con ese espacio. Me gusta la música, pero todos sabemos que una mujer sola en un bar es más bien algo extraño o adquiere una condición de soledad triste, vergonzosa. Hay movimiento, el grupo de antes recoge y los dj’s en su altar comienzan su sesión. Se elevan por encima de la sala, imponen su orden y su ritmo.
Sigo apoyada en la barra, la tarima está vacía, hay mucha dispersión; una chica de rojo y flores baila en sus botas negras y altas, desordenada, con el pelo largo, rubio y enredado, los labios al rojo vivo y una copa entre los dedos mojados de alcohol.
Sigo apoyada en la barra, mi cuerpo se mueve ligeramente con el ritmo de la música, creo que sólo lo siento yo por dentro. Choco con algunas miradas curiosas, bajo los párpados, la timidez protege, oculta y engaña. Me giro y bebo un traguito corto de zumo de piña. Lo frutal me reconforta en mi decisión de quedarme a escuchar música en un bar, a solas y entre el glamour moderno. Un chico alto me recuerda que la barra es lugar de encuentros. Pero ni él me presta atención ni a mi él me causa interés.
Sigo apoyada en la barra, un salto a una música estridente me hace subir la vista al altar. Pienso que esos chicos deben ser sabrosos e inteligentes, pero tan ególatras y estirados que me gusta estar aquí, bien abajo, entre el conjunto, invisible y anónimo.
Sigo apoyada en la barra, he pedido hace un rato mi segundo zumo de piña; la barra sin hacer nada es aún más delatadora. La chica de la barra es rusa, o polaca, o checa; la cuestión es que habla un castellano con dureza pero tiene un aspecto de princesa y sonríe cercana. Me regala una invitación para tomarme algo; me halaga que me invite, quiere volver a verme, es mi noche y mi sueño, y si esa chica quiere o no volver a verme lo decido yo. Cambio de espacio, me desplazo un poco más allá, a la pared cerca del escenario, hay una barra donde dejar la copa y espacio para bailar. Empiezo tímida. Un grupo baila divertido; uno de ellos me mira. Es moreno, camisa a cuadros, me sonríe y se mueve, invitándome a moverme y disfrutar, estoy muy seria en ese rincón de la pista. Yo sonrío, me cae simpático. Seguimos a lo lejos disfrutando, discretamente. En un momento se acerca, me pregunta porqué no bailo, me presenta a sus amigos, me suma en el grupo y todo empieza. Una tras otra cada las canciones se suceden y no hay fin en el movimiento, es una necesidad de vaciarse, de moverse hasta quedarse sin cuerpo o sin alma. La gente empieza a ocupar todos los rincones, levanto la vista y el local está lleno y la plebe adora a los dioses de la música. La noche pasa intensa e inconsciente. Me despido de aquellos chicos casi adolescentes pero tan dulces. Me he regalado la noche y me he regalado a ella a la vez.
Sigo apoyada en la barra, la tarima está vacía, hay mucha dispersión; una chica de rojo y flores baila en sus botas negras y altas, desordenada, con el pelo largo, rubio y enredado, los labios al rojo vivo y una copa entre los dedos mojados de alcohol.
Sigo apoyada en la barra, mi cuerpo se mueve ligeramente con el ritmo de la música, creo que sólo lo siento yo por dentro. Choco con algunas miradas curiosas, bajo los párpados, la timidez protege, oculta y engaña. Me giro y bebo un traguito corto de zumo de piña. Lo frutal me reconforta en mi decisión de quedarme a escuchar música en un bar, a solas y entre el glamour moderno. Un chico alto me recuerda que la barra es lugar de encuentros. Pero ni él me presta atención ni a mi él me causa interés.
Sigo apoyada en la barra, un salto a una música estridente me hace subir la vista al altar. Pienso que esos chicos deben ser sabrosos e inteligentes, pero tan ególatras y estirados que me gusta estar aquí, bien abajo, entre el conjunto, invisible y anónimo.
Sigo apoyada en la barra, he pedido hace un rato mi segundo zumo de piña; la barra sin hacer nada es aún más delatadora. La chica de la barra es rusa, o polaca, o checa; la cuestión es que habla un castellano con dureza pero tiene un aspecto de princesa y sonríe cercana. Me regala una invitación para tomarme algo; me halaga que me invite, quiere volver a verme, es mi noche y mi sueño, y si esa chica quiere o no volver a verme lo decido yo. Cambio de espacio, me desplazo un poco más allá, a la pared cerca del escenario, hay una barra donde dejar la copa y espacio para bailar. Empiezo tímida. Un grupo baila divertido; uno de ellos me mira. Es moreno, camisa a cuadros, me sonríe y se mueve, invitándome a moverme y disfrutar, estoy muy seria en ese rincón de la pista. Yo sonrío, me cae simpático. Seguimos a lo lejos disfrutando, discretamente. En un momento se acerca, me pregunta porqué no bailo, me presenta a sus amigos, me suma en el grupo y todo empieza. Una tras otra cada las canciones se suceden y no hay fin en el movimiento, es una necesidad de vaciarse, de moverse hasta quedarse sin cuerpo o sin alma. La gente empieza a ocupar todos los rincones, levanto la vista y el local está lleno y la plebe adora a los dioses de la música. La noche pasa intensa e inconsciente. Me despido de aquellos chicos casi adolescentes pero tan dulces. Me he regalado la noche y me he regalado a ella a la vez.
1.31.2009
1.26.2009
1.25.2009
Querría encontrar balcones iluminados, con ese brillo de esperanza y de tranquilidad. Mirar hacia el cielo, y descubrir que el sol acaricia las plantas de un balcón urbano, escondido y solitario. Entonces sentir, al ver esa luz, un calor tibio, una caricia al alma, un suspiro de brisa interna. Miro ese balcón, que ahora está dado vuelta y espero que vuelva a ser ese balcón. Ahora, a la inversa, es un nudo confuso, algo vertigonoso, casi no se ve
la luz, se ven las líneas rectas de un edificio cualquiera.
Pina en la montaña
Pina Bausch descendió a toda carrera el último tramo de la montaña y llegó jadeando a la fuente, donde nosotros charlábamos distendidos sobre las flores y los frutos. Llegó blanca y espléndida, desbordante de vitalidad. Nos lamió la mano. Olió nuestros pies descalzos y metió las patas en el agua helada. De la fuente manaba un agua clara, nítida, friísima. El agua se recogía en una pica de piedra, y cuando se rebasaba, entonces caía a un canal que dividía en dos ese espacio de descanso, ese cuadrado de piedra con bancos a lado y lado. Finalmente el agua, tras recorrer el pequeño canal divisor, volvía a juntarse en un pozo cuadrado, no muy profundo, pero sí negro de barro. En ese agua fría y en ese barro chapoteó Pina, con una inconsciencia intensa, como su felicidad. Salió y volvió a entrar, bebió agua, nos olió nuevamente, volvió a meterse en el pozo; se quedó entonces quieta con las patas en el agua. Nos miró, pero estaba oyendo a lo lejos. Se acercaba un voz de niña, cantaba y corría dando saltos. Miraba al suelo; por eso al llegar a la fuente y levantar la vista se sorprendió al vernos sentados, mirándola, junto a Pina, que ahora se le acercaba lentamente como esperando ser reprendida por sus patas negras y su independencia al bajar la montaña. Cuando ya llegó cerca de la niña, ésta sin dejar de mirarnos le acarició la cabeza al animal, que le llegaba casi al pecho. Todos sonreímos, la niña se relajó, Pina la empujó con la cabeza, y así sonrió y entonces nos conocimos. Le dije que tenía un perro muy bonito, muy blanco y simpático. La niña dijo que a los dos les gustaba llegar a la fuente. Entonces por el camino que llevaba hacia la fuente, pero que continuaba descendiendo, apareció una pareja charlando, con botas y bastones de montaña; distraídos llamaron a su hija y ella corrió hacia ellos y tras ella Pina. Nosotros aún sentados, con los pies descalzos y el sonido fresco de la fuente recordamos la llegada de Pina, sus chapoteos en el agua y su ímpetu y felicidad, y sonreímos, en silencio, para adentro.
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